¡Bienvenidos al mes de marzo queridos lectores! Antes que nada, quiero transmitirles que como siempre, todo lo que escribo lo hago desde el más profundo respeto y cariño a todos los que me leen, pero sucede que desde muy pequeños nos enseñaron a ver la muerte y los finales desde la profunda tristeza y resignación; y parte de mi labor es enseñarles a sobrellevarlo de la mejor manera para poder seguir adelante después de la pérdida, porque a pesar de los pesares, y como dice el querido Jorge Bucay “la vida vale la pena vivirla”.
Este mes quiero hablarles sobre la pérdida de un hijo. Es una pérdida sumamente dolorosa y no es tarea sencilla procesarla, entre otras cosas porque consideramos, en base a las creencias incorporadas a lo largo de nuestra vida que es injusto, pues todos opinan que un hijo no debe morir antes que sus padres, pero lo cierto es que la muerte forma parte de la vida y una vez nacemos, todos somos candidatos a morir.
Es importante saber que la muerte de un hijo no es un castigo divino, Dios no castiga ni premia, ni siquiera si crees que podrías haber hecho mejor las cosas, porque como padre o madre hiciste todo lo que pudiste, con los recursos que tenías y desde las circunstancias en las que te encontrabas durante el tiempo limitado que tuviste para ello. Y en estos casos surgen preguntas como ¿por qué a mí? ¿por qué a mi hijo?, intentamos encontrar respuestas que nunca llegarán, pues no existe un porqué hacia este gran dolor, es algo que, aunque nos cueste aceptarlo, no quiere decir que no forme parte del ciclo natural de la vida.
Tú no tienes la culpa, no puedes proteger a tus hijos por encima de su destino, y quedarte en el dolor el tiempo que te resta de vida no hará que este sea menos. Debes saber que no estás faltando a la memoria de tu hijo volviendo a ser feliz, al contrario, estás honrando su memoria y dándole sentido a un gran dolor. Si lloras porque tu hijo perdió algo tan valioso como la vida, ¿qué derecho tienes tú a desperdiciar la tuya, además en nombre del amor que le tenías?
“Ser padres es un cargo vitalicio, pero no mientras dure la vida de tu hijo, sino mientras dure la tuya”. Imagina que cuando llegue la hora de tu muerte y puedas reencontrarte con tu hijo en otro plano te pregunte ¿qué has hecho en todo este tiempo que no estuve? ¿qué le vas a decir?, ¿tan poco valió la fortuna de tenerlo como para dejar de ser feliz en su nombre?
No te aferres al dolor y menos permitas que este ocupe el lugar del amor, porque ni siquiera la muerte puede llevarse todo lo vivido y mucho menos el amor, pues este es eterno. Saca “la culpa, el hubiera y el debí de” de este proceso, porque solo hará que te aferres al dolor que te lleva de la mano hacia el camino de la infelicidad, vive tu duelo, abraza tu dolor el tiempo necesario, pero luego suéltale la mano y sigue adelante honrando la memoria de tu hijo desde la bendición de haberlo tenido, porque ni el momento más oscuro como lo fue su partida es tan fuerte para opacar la luz y el amor que trajo a tu vida.
Abrazo de luz